APUNTES
DE UN VERANO DONDE PASÉ DEMASIADO TIEMPO SOLA EN LA CASA
1. Me
limito a bajar las persianas cuando la luz agoniza con una blancura
insoportable. Entonces cierro cajas que no volveré a abrir, le pongo llave a
los armarios sólo para sentirme segura que el hombre con el trece en la espalda
no volverá a ingresar a mi habitación,
pero él siempre se las ingenia para encontrar una grieta, una pequeña fisura en
el borde del borde y habitar con toda su perversión mis sueños, para aferrarse
a mi inocencia y hacerla trizas con unas pinzas afiladas.
2. Sueño que el hombre con
el trece en la espalda me arrastra hasta la soledad del campo, donde no ocurre nunca
nada e inmersa en un sueño, oculta tras unos anacrónicos anteojos de sol,
escribo una carta con silencio, con viento, con nada. La página se inunda de
pájaros mudos. Y como en el cuento la puerta
se abre hacia el páramo. Y entonces
hay luz en la ventana. Una luz muy antigua. Alguien sacude las manos para proteger,
por si cayeran, las palabras, al suelo, con un sonido comprensible.
¿Alguien nos entiende? Pregunta
el conejo con los ojos en forma de caleidoscopio.
3. Mi
mamá y yo nunca tendemos la cama. Mi mamá y yo nunca hacemos el aseo. Nos gusta
ver como la mugre se va amontonando, como el verano con su hedor va fermentando
nuestros despojos. Mamá y yo disfrutamos al aplastar insectos frente al
ventanal. Mamá sabe que en la casa de enfrente hay un hombre que no deja de
observarme y apunta sin piedad a la cabeza de mis sueños. A Mamá le excita que
a unos metros de mi habitación haya un psicópata dispuesto a asesinarme. Mamá
dice que puede oler el perfume del asesinato los domingos cuando me meto a la
ducha y con la luz apagada me quedo imaginando como serán las caricias del
hombre con las manos velludas.
4. Siempre
estamos solos. Todos aquellos que aparecen a un costado bajo el nombre de
amigos: no existen. Esas fotos que utilizan como perfil pertenecen a fantasmas.
Son un avatar creado por nuestros deseos.
5. Perverso
este verano que me hunde en mis pensamientos y me hace pensar que a mi
alrededor todas han escapado. Perversa esta idea de quedarme desnuda hasta
mediodía escribiendo apuntes en la cama, tratando de sobrellevar este verano,
donde no tendré dinero, amor ni siquiera la caricia de un extraño. Salvo el
asedio del hombre con el trece en la espalda. Los martes voy a verlo a su
estudio y me escucha sin dejar de
asentir, tomando la distancia suficiente como para que mis traumas no lo toquen.
Durante toda la semana el me espía, ha alquilado la casa de enfrente y desde
ahí me vigila. Sabe que en el momento preciso en que me descuide no dudará en
atravesarme con su bastón filoso.
6. Yo
soy de él, dice ella la joven pasante, y de él son mis asfixias, de él que me
dejó sola viendo un video dónde un anciano ruso arrastra un pesado trineo a
través de un bosque nevado, de él son mis deseos grita ella, la joven pasante,
que ya no mira los anillitos de colores que le regalo el hombre con el trece en
la espalda. Hay un mentiroso que habita en mí, que ya no recuerda rezar por la
joven pasante que ayuda a levantar la mesa, y mientras él introduce
sofisticados datos en una computadora ciega, ella se arrodilla y …
7. Alcanza
con tocar un fragmento de esa cara estrellada en medio del césped para saber
que ya no somos partes de ese cuerpo que como un virus nos invadía por la
noche, cuando dormíamos desnudos, y nuestros ojos obedecían, como obedecen las
bestias resignadas al trabajo forzoso.
8. Los
atletas avanzan despacio, tratando de levantar velocidad en torno al río
mugriento, con bolsas de supermercado blancas flotando, con zapatos solitarios
que boquean entre la resaca que juntó el último temporal, y la empleada del
centro educativo, levanta la cabeza, acomoda su falda demasiado corta, y se
roza los pechos con ambas manos al ver
esos hombres transpirados, pero algo la contiene, atrás de ella carpeta en mano
está el hombre con el trece en la espalda.
9. Los
días son todos iguales en esta ciudad, hasta que llega la chica de Helsinki que
vino por el intercambio. Aparece en un taxi.
Todos nos olvidamos de ir a buscarla al aeropuerto. Lleva clavado unos
auriculares gigantescos, color mostaza, y con muchísimo esfuerzo dice: ¡Hola! El hombre con el trece espalda la espía desde
la casa de enfrente y con un fusil descargado apunta a su cabeza. Imagina que
cae muerta en el jardín dando un grito en un idioma incomprensible.
10 Todavía
no sé quién sos, hombre con el trece en la espalda que quiere ayudarme, que
quiere hundirme, que quiere escarbar en todas mis patologías, que me dice cada
día estás más enferma, quién sos, quién te hace gemir, quién te deja dormir a
su lado cuando hace mucho calor y tu cuerpo es un río de sudor.
11. El
muñeco de tela que despedazamos en el naranjo tratando de bajar un barrilete
que justo había quedado ahí. En esa época teníamos la costumbre de plagiar a
Rimbaud y escribíamos versos curiosos como ese de los párpados azules que la
mañana ha lamido con su lengua áspera o aquel otro de las sillas torcidas que aguardan
por el verano soñando con palomas muertas. Teníamos trece años y sólo habíamos
visto desnudos a los hombres de la familia. Los hombres de la familia
rastrillaban la hierba, hacían grandes parvas de pasto secos y por la tarde
iban a un estanque a bañarse desnudos, lejos de nuestra vista. Madre, nos tenía
prohibido acercarnos al estanque, sin embargo, siempre, siempre la
desobedecíamos. El hombre con el trece
en la espalda, por esa época merodeaba la quinta y con unos gruesos binoculares
nos observaba como a dos presas que no tardarían en caer a sus pies, derribadas
por la sed de conocer el amor enfermo de un hombre mayor.
12. Descubro
mensajes en el espejo escritos con un pulso nervioso y me acuesto sobresaltada.
Por la noche sueño que el hombre con el trece en la espalda se acerca a mí y me
muestra su pene de niño obeso.
14. Si
era la pulsera que lo protegía de los peligros cotidianos yo no lo sabía. Para
mí lo que llevaba puesto en su muñeca era un extraño objeto que parpadeaba bajo
el fulgor de las luces ultravioletas. Él
lo lucía seguro de estar protegido de cualquier mal que se le atravesara en el
camino. Desde el interior de su casa corría sin detenerse hasta el centro de la
ciudad, tratando de perder unos gramos, capaz de aliviarle esa respiración
entrecortada, unos miligramos que le permitieran penetrar sin dificultad a su
esposa, que rozagante, se echaba de espalda y aguardaba inmóvil que la
atravesara con su pequeño pene deforme.
15. Despierto
bruscamente, con la impresión de salir de un profundo sueño, y tengo la certeza
de que un momento antes alguien estuvo acostado a mi lado. Alguien se tendió a
mi lado y contempló con admiración mi rostro dormido. Me incorporo y miro
alrededor. Estoy transpirando, y tengo que restregarme los ojos para ver más
allá del pasillo. Me duele un poco la cabeza como si hubiese soñado más de lo
permitido, y me convenzo de que si me hubiese quedado despierto podría haberlo
visto. Mientras tanto debo seguir esperando para ver.
16.
Parece que el verano va a terminar antes
de lo pensado. El hombre con el trece en la espalda se sienta en mi cama, se
quita las botas, me pide que le desabroche la camisa transpirada. Luego se pone
de pie completamente desnudo como si quisiera controlar los temblores que le
agitan el cuerpo. Evita mirarme. ¿No tienes miedo, querida?-susurra y se acaricia el abdomen velludo-.Vamos a
verlo.
Me
lleva junto a la luz de la vela, con las manos atadas tras la espalda. Clava
con cuidado su cuchillo entre mis tetas, y va cortando hacia abajo, moviendo
lentamente el filo, cortando con delicadeza la piel. Hacia abajo, hasta que mi falda se abrió. Entonces de
repente: el frío. La escarcha que se va acumulando en los huesos, la caricia que hiere, el beso que amputa los deseos. Entonces, sólo entonces esta pesadilla.