Por Marcos Freites
PARA RECITAR EN LA SOBREMESA
LA SOLEDAD DE UN ABRELATAS
El
abrelatas ha salido del cajón
con
restos de herrumbre
hay
tristeza en los ojos del abrelatas
la
mesa se ha encogido
y
en las sillas solo hay siluetas
siluetas
de hombres muertos
del
abrelatas solitario.
EL HAMBRE DEL ÁRCANGEL
El
arcángel bajo el mantel mendiga las sombras de la cena y calienta su divinidad
bajo un guante deshecho.
En
las lindes de la mendicidad colma su aliento de oscuridad.
Mientras
dure la tristeza de la familia seguirá oculto, ahí, pensando que arriba, muy
arriba, en un cielo jamás visto alguien aguarda por un arcángel en harapos.
Jirones
de una gracia perdida en las mudanzas.
MOSCAS NUNCA VISTAS
Las
bocas cerradas mastican moscas nunca vistas. Mastican moscas imaginarias.
Veo un gran moscardón. Tábano insaciable. Está
en tu labio inferior, en el rojo ardor de tu floripondio, cubierto
de adefesios, listo para empujar hacia la superficie. Desbocado placer.
Alabemos
ese moscardón benedictino. En su zumbido alumbramos sexos resecos, carcasas de
gabinetes oxidados, ampollas que fueron mariposas en otros días.
Cantemos
la gracia de esa mosca azulada que revolotea en torno al excremento que nos
obsequió la princesa del cuento.
Escuchemos
sus lánguidas flatulencias. Admiremos esos ombligos desdeñosos.
Polvos
oscuros canónigos.
Lenguas
de viejos ascetas. Lenguas de párrocos ruiseñores.
¡Oh
viejos sabios, astro sabio del placer! En tu lívida delicia deliró flaquezas el
moscardón místico.
COMENSALES IMPROVISADOS
El
niño que se aferra a los pechos de sus madres y como si fuera una lanza utiliza
su miembro para golpear la oscuridad.
Ya
ha crecido lo suficiente como para alimentarse solo.
A
lo largo del pasillo hay lagartos.
Salen
a medianoche a mendigar las migajas que arroja la familia.
Cada
comensal es su propio verdugo.
Joven
comilón, traga tu muerte, en un rápido bocado traga tu caldo. Come tu pan
viejo, joven comilón. Almuerzo negro. Octavio usa su caleidoscopio. Proyecta
carrusel. Sobre la santa sombra del bocado. Rifa mordiscos hábiles. Muerde.
¡Muerde! Luego, joven comilón, tiraremos de la cola.
I
Ahora
que la madurez acumula, de nuevo, en mi boca, balbuceos, debería detener esta
marcha y juntar latitas de cerveza, papelitos de caramelos, cajitas de fósforos
y hacer un gran collage.
II
Ella
acabó sin pudor y arrojó su mente lejos de mi alcance. Esa noche los calambres
no la habían dejado dormir. Daba escozor ver su piel carcomida por el cáncer.
PUERCO-LUNA
Él
ocupaba la cama de ella-que solo existía en su cabeza-: por las noches un viejo
sacerdote acudía a la habitación, sacaba una pipa muy larga y fumaba frente a
la ventana hacia la brisa. Él amaba al párroco de frente calma, y lo imaginaba
mientras su madre le reventaba sus forúnculos.
Después
ese cristiano, desafiando a sus deseos, escapó de aquel cuarto, huyo hacia las
tierras bajas, escapó para abrazar el fastidio de los deformes.
A
esta altura ya lo llamábamos puerco-luna.
MATATORMENTOS
Mata-tormentos,
llegó con las manos mojadas de deseo.
Las
puso en torno al sexo desvaído de la adolescente que acaba de entrar por la
ventana. Un reloj-arcabuz dio las siete. Bajo las sábanas de la cama que cruje
el calor exaspera la ansiedad de los cuerpos. Ella se cubre las tetas y observa
por la ventana un punto en el horizonte.
Piensa
en su madre que arremangada amasa el pan, en su hermana que dará a luz, en la rudeza
de Mata-tormentos.
No
se entienden la mayoría de las cosas, murmura, y bebe de un trago el vaso de
leche tibia.
De
la calle llegan gritos de niños, ruidos de hojas que se deshacen en el viento.
Nadie
cree esto de estar metido en el barro con una colosal erección, pensando, ¡que
herejía!, en una imagen de la Virgen María.
EXCITACIONES
Él
ya no ocupaba la cama de ella –que ahora existía-, prefería dormir en brazos de
su madre que era lo suficientemente como para excitarse cada vez que la rozaba.
Soñaba con arpías que amasaban enanos muertos. A esa edad él acababa de
festejar varios cumpleaños llegando a la verdad mediante la razón. Otra de sus
ocupaciones era dispararle a los espejos.
Ella-
que ahora existía- amaestraba jóvenes, los trataba con aspereza, igual ellos se
acercaban con sus grandes y fastuosas cabezas para lamer su sexo cóncavo. Y así
los días se arrancaban, sin conocer la causa de tanto balbuceo sordo.
Él
a esta altura del relato observaba a una prudente distancia a ese párroco
inefable que le hacía señales de humo por la noche.
SACA TU CONEJO AL CONEJO AL SOL
Señora,
levántate, tu buen hombre está por llegar. Señora, ya no estés tan triste,
apaga ese televisor y ponte tu vestido, tus ligas, tu calzón nuevo.
Olvídate
que eres fea, amargada y caduca. Señora, saca tu conejo al sol.
Flaquilla
tristona, tirolesa angustiada, saca tu conejo al sol.
Oraremos
para que te den una gran estocada.
Oh,
sí, nunca estuvo del todo bien.
Los
ojos de tu negro conejo van a lagrimear sin tino cuando te avienten el moco
supremo.
Techos
blanquecinos.
Puertas
que se abren hacia adentro.
Picaportes
de caramelo.
En
otras épocas te encerrabas en tu dormitorio, para reírte.
Ahora
has comido demasiado.
Ya
no van a venir los hombres de verde a socorrerte.
Podrías
mirar por el ojo de la cerradura todo lo que tengo para mostrar.
TRÁNSITO LENTO
Conductor ebrio, toma y conduce. Puerco al volante. El camino ya no ve.
La
ley se desintegra en el espejo retrovisor.
Un coro de nubes arropa el coche
cuando va a colisionar.
Mamá
está loca. Se masturba en el asiento trasero.
No
te rías, mujer, ese auto está a punto de volcar.
¡Qué
nadie te paseé cuando estés desnuda!
Solo
unos ojos rasgados pueden ver la sangre abrirse paso en la ruta mojada.
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