Por Marcos Freites
hacen falta manos para aplaudir milagros
I
mirando los coches hundirse en el cieno con un coro de ranas como música de bajo fondo con los árboles gimiendo en la oscuridad con nuestros padres ante el televisor sin advertir nuestra ausencia pensando en la distancia inabarcable-por la mirada-que recorre el alambrado sin rozar los pastizales humedecidos hasta despedazarse en un horizonte quebrado sobre silencio
gotas grises música lejana que pulsa el caserío sumergido hasta que una mano sedienta se permita abrir el grifo mientras tanto vivimos del engaño-en el engaño- sin otra fuerza viva que la alucinación que las rayas muertas trazadas por un puño que fuerza en secreto lo real como si dibujara en la efervescencia de unos senos las aguas que han de acudir
II
la necesidad de que algo surja/suceda en la linde del sueño/sin dormir esparza su voz aunque para llegar a tiempo deba interrumpir otros gritos de hombres ciegos que vigilan el paso de las sombras atravesando los muros antiguos ritos extintos celebrados por aquellos que duerme sin cerrar los ojos admirando un quitasol marroquí abandonado en la vigilia entre lo que se mueve alrededor del sueño-cercándolo- lejos es siempre no hay más luego de atravesar el río-sin brazos-y haber llorado sin observar las piedras-por pudor-sin cavilar sin presagios acerca de nuestro absurdo final siempre respirando con una boca que nos es ajena con peces muertes enredados en las piernas la extrañeza besa lo fugaz lo efímero ansía que las cosas caigan para que surja algo
III
algo por aquí no levantes el tubo quiero todo tus restos no tener que esperar errar entre lo que no nos admite para admirar lo que fuimos durante el arduo aprendizaje cuando cansando buscaba levantarme de la cama para tocarte-distante- deseoso de encontrarme en el último espejo donde ya no puedes protegerme entre un día pasado y otro por venir las cosas pasan crecen en el fríos los huesos ladran los perros se acerca una mujer sin dejar que vea sus ojos suelta respuestas y me asombra que me atreva a creer en lo que veo mientras la chatarra se ahoga se pudre y el último pájaro de la tarde se balancea en el tendido eléctrico me asombra que todo lo sucedido no conduzca a ningún gozo solo mirar con ojos turbios bandadas de palomas muertas
Anabel Wolff
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