Por Freites
Estaba
triste y abatido. No hacía otra cosa que acariciarme la pija. No tenía idea
dónde estaba parado. Mientras tanto, los putos salían de todos lados. Estaban
en mi cama, en mi comida, en los pliegues de las sábanas. Por todas partes
había putos. Digo que por todas partes había putos. Putos que no paraban de
hablar, putos que no paraban putos.
Putos, irreverentemente putos. Algo tenía que hacer.
Algo
tenía que hacer. Dejé de acariciarme la pija y salí a buscar a Emanuel.
Toqué
la puerta de su casa y le dije: ¡ Vamos a matar putos! Con un revólver y un
palo salimos a la calle dispuestos a liquidar a todos los putos.
Nosotros
estamos de acuerdo con Hitler, pese a que tenemos amigos judíos, dijo un
matrimonio y nos indicó dentro del armario. Hitler no hubiese dudado en matar
todos los putos, agregó el hijo menor y comenzó a pegarle en la cabeza a un
puto paralítico. Estuvimos toda la tarde apaleando putos. Vinieron algunos
chicos de la catedral dispuestos a quemarlos. Han vuelto los buenos tiempos en
los que quemábamos todos los indecentes, dijo un monaguillo. Haremos una gran hoguera en el centro de la plaza, gritó
un seminarista. Los putos, dijo un párroco se esconden en los lugares menos
pensados. Detrás de la puerta puede haber putos, hay que buscar con
meticulosidad. Tienen una forma peculiar de ocultarse, según mis cálculos,
agregó el sacerdote, habría que buscar en el agujero de la chimenea, incluso en
la tapa del inodoro.
Antes
que cayera el sol habíamos matado cerca de un centenar de putos. Exhaustos
fuimos a la casa de Emanuel a tomar un descanso y al encender el televisor, nos
dimos cuenta que había varios dentro del aparato. Lo apagamos y con cuidado
comenzamos a desarmarlo. Antes de medianoche, me dijo Emanuel, quitaremos todos
los putos de la televisión.
Dejamos
todo de lado, la universidad, el trabajo, y nos dedicamos a buscar putos. No
había puto capaz de escapar a nuestra ferocidad, los atrapábamos y les
prendíamos fuego como en la gloriosa época de la santa inquisición. Algunos
putos usaban máscaras, para pasar inadvertidos, se comunican a través de
flatulencias melódicas, pero tarde o temprano se delataban.
¡Somos
muy eficaces! Ningún puto puede huir a nuestra ferocidad.
Investigamos
a los profesores. La mitad son putos. Preparamos una hoguera frente a la
universidad y los quemamos junto a sus libros.
Un
cura historiador nos dijo la verdad. Sarmiento era puto. San Martín era puto.
Perón era puto. Maradona es puto. Todos son putos.
En
unas pocas semanas acabamos con casi
todos los putos. Unos pocos lograron escapar. Ahora hemos empezado a desconfiar
de nosotros y en cualquier momento nos vamos a empezar a dar palos. Sólo una
buena paliza borra el puto que todos llevamos dentro.
Tristano: Nació en algún lugar de San Luis. Todos los días intenta sin éxito de lograr una autofelación. Escribe después de masturbarse arduamente a sol y sombra.